Entre la espada y la pared: desplazados en República Centroafricana

Imagen Entre la espada y la pared: desplazados en República Centroafricana

Entre la espada y la pared: por un lado, los milicianos Séléka, y por el otro los Anti-Balaka. Un centenar de fieles que huyeron por la guerra civil que de forma intermitente arrasa la República Centroafricana (RCA) pensaban haber encontrado un refugio seguro en la iglesia bautista de la ciudad de Bria. Pero las cosas no salieron como esperaban.

Este campo de desplazados improvisado, ubicado a medio camino entre las zonas de influencia de los dos grupos armados, está bajo asedio permanente. Balas perdidas, robos y violencia gratuita están a la orden del día. Y de poco sirve la vigilancia de la misión de paz de la ONU, que llega siempre tarde cuando hay incidentes.

En mayo pasado la iglesia bautista de la ciudad de Bria se convirtió en un punto de acogida para 111 fieles, 67 adultos y 44 niños. En 2016 la pequeña ciudad del centro-este del país comenzó a ser el escenario de enfrentamientos entre las milicias Séléka (que en lengua sango significa alianza), de mayoría musulmana, y las milicias Anti-Balaka (Anti-AK47 o Anti-Kalashnikov), cristianas. Esta violencia aún hoy, aunque con menor frecuencia e intensidad, continúa vigente.

"Incluso para mí -dice Floreine, una antigua comerciante de telas, mientras recarga su radio de manivela- es difícil entender cómo comenzó el conflicto en Bria. En nuestra zona el estado es inexistente, y para defendernos de los ataques de gente que venía de fuera se crearon los grupos de autodefensa.

Pero luego comenzaron a hacer la guerra entre ellos, y mi familia y yo tuvimos que dejar nuestra casa, que habían destruido, para venir a nuestra iglesia. Somos de fe bautista, queríamos estar cerca de nuestra comunidad".

Bria, como muchas otras zonas de la República Centroafricana, vive en un aislamiento absoluto. El ausentismo crónico de las autoridades centrales permitió que los Séléka, una alianza de quince grupos armados, tomase el control total de la ciudad.

Antes de eso, a finales de 2012, los milicianos de Séléka depusieron con un golpe de estado al entonces presidente, François Bozizé, cosa que dio lugar a una brutal guerra civil. Fue entonces cuando nacieron los Anti-Balaka, para frenar el poder de los Séléka, que mientras tanto habían puesto en el poder a uno de sus hombres, Michel Djotodia.

Djotodia no duró mucho tiempo al frente de la nación, y hasta finales de 2016, después de una sucesión de jefes de estado provisionales, se vivió una aparente estabilidad política bajo la presidencia del ex primer ministro Faustin Archange Touadéra, que, sin embargo, no tuvo prisa para hacer efectivas las proclamas hechas en la campaña electoral y que incluían la intervención del estado en las regiones periféricas.

Los Séléka y los Anti-Balaka actuaron con una brutalidad sin precedentes, marcando una de las épocas más oscuras de la historia del país. Una tendencia que no terminó, cosa que saben bien en Bria. Actualmente la ciudad -que antes de la crisis superaba por poco los 50.000 habitantes- alberga a más de 73.000 desplazados, muchos de los cuales provienen precisamente de Bria.

Un inmenso campo para personas desplazadas, con fronteras bien marcadas más allá de las cuales los milicianos de un grupo o del otro apenas se aventuran a salir. Es a lo largo de una de estas fronteras, cerca de una de las carreteras principales de Bria, donde se encuentra la iglesia bautista.

"Nuestra comunidad -explica el pastor André Olfete, representante de la Comunidad de Iglesias Independientes Bautistas- está entre la espada y la pared. Por un lado, tenemos a los Séléka, y por el otro a los Anti-Balaka. Una vez los Séléka vinieron aquí acusándome de alojar a los Anti-Balaka, cosa completamente falsa.

No contentos con eso, nos golpearon y nos robaron cinco motocicletas. Y los Anti-Balaka, cristianos como nosotros, no se quedan atrás. Se hicieron con todos los muebles de la iglesia y nos roban los alimentos proporcionados por las ONG. Por no hablar de cuando los dos grupos se encuentran y llueven balas del cielo. Es un milagro que no haya habido incidentes más graves".

El pastor Olfete puso a disposición de su gente las habitaciones de la iglesia y su propia casa. A unos 3 kilómetros de la iglesia está el PK3, el principal campo para desplazados de Bria y de toda la RCA, donde más de 40.000 personas viven en condiciones degradantes.

Allí la seguridad está garantizada por la Minusca (la Misión de Estabilización Multidimensional e Integrada de las Naciones Unidas en la República Centroafricana, que tiene la base en la frontera norte del PK3) y por los milicianos Anti-Balaka, forzados por los Séléka a permanecer encerrados en la estructura y salir solo para saqueos rápidos en las áreas circundantes.

Los desplazados de la iglesia bautista tendrían derecho a estar en el PK3, pero debido al hacinamiento que presenta prefieren quedarse con su pastor.

Zephirin Ndakouzou, un agricultor de 41 años, es padre de siete hijos. Consigue alimentarlos a duras penas cultivando una pequeña porción de tierra que le confió la iglesia. "Me rompo la espalda todos los días -dice-, y cuando la cosecha está lista, llegan los milicianos y se la llevan.

Musulmanes y cristianos, no hacen ninguna diferencia. Son criminales. Y yo tengo que estar callado, como cuando quemaron mi casa. La sensación de impotencia que estoy experimentando es imposible de describir. Los de la Minusca dicen que están aquí para ayudarnos, pero la verdad es que estamos abandonados a nuestra suerte".

Un contingente de la Minusca tiene un puesto a unos 200 metros de la iglesia, junto a un pequeño arroyo donde las mujeres se acercan a lavar la ropa, mientras las patrullas de los Cascos Azules van y vienen desde su base en el centro de Bria, un segmento de la ciudad completamente en manos de los Séléka. Se trata de unas medidas de seguridad completamente inadecuadas para afrontar las necesidades de los inquilinos de la iglesia bautista.

El pastor Olfete observa a Tina, una anciana de 75 años. Las piernas ya no la sostienen y una silla de ruedas en un país donde las calles están sin pavimentar y llenas de baches es impensable. Para moverse, Tina usa dos pequeños taburetes de madera, dos latas, una olla y una regadera. Se desliza sobre los taburetes apoyándose con cierta agilidad en los otros objetos. Y así, con este extraño juego y mucho sudor, logra moverse de un lado al otro del campo.

El líder espiritual vuelve a tomar la palabra: "¿Ves a esa mujer? Va despacio, pero al menos se mueve hacia adelante. Nuestro país no. Ella tiene voluntad, nuestros políticos no. La RCA no funciona en absoluto, y esto se debe a la falta de educación. Un porcentaje muy alto de nuestros jóvenes abandonaron la escuela debido a la guerra y un porcentaje aún mayor de la población es analfabeto.

Los milicianos destruyeron nuestra escuela, aunque tienen hijos y nietos. No entienden que la educación es la base de un país, no entienden que sin mujeres y hombres educados nunca habrá desarrollo y que las personas como la pobre Tina siempre estarán obligadas a arrastrarse por el suelo en los límites de la dignidad humana".

 

Fuente:Notimex/Foto:Archivo/JAC

Editor: Redacción xeu
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